La asociación de Europa con Marruecos
MADRID – El pasado mes de Julio se cumplieron veinte años del ascenso al trono del rey de Marruecos, Mohamed VI, y se dio inicio a una nueva era en las relaciones marroquí-europeas. Dada la importancia de Marruecos para la Unión Europea, no sólo en asuntos relacionados con la migración y la seguridad, sino como puente hacia el resto de África, merece la pena analizar el estado actual y la proyección de futuro de esta relación.
Europa y Marruecos son socios naturales unidos por la geografía, la cultura, intereses compartidos, y una historia larga y complicada. Esta historia incluye más de cuatro décadas de colonialismo, durante las cuales el país se encontró dividido entre los protectorados francés y español. También, treinta años después de la independencia, el rey Hassan II presentó una solicitud para que el país se uniese a la Comunidad Económica Europea (precursora de la UE); solicitud denegada, al no cumplir la condición de “país europeo”. No obstante, la relación bilateral continuó caracterizándose más por la cooperación que por la separación.
El ascenso al trono de un joven y relativamente desconocido Mohamed VI en el año 1999 aumentó el temor sobre un deterioro de las relaciones. Sin embargo, sucedió todo lo contrario: la relación UE-Marruecos viene progresado significativamente desde entonces. El pasado mes de junio la UE y Marruecos anunciaron planes para una nueva “asociación euro-marroquí de prosperidad compartida”, que incluirá el relanzamiento de las conversaciones sobre un acuerdo de libre comercio así como sobre una mayor cooperación en el ámbito de la seguridad. En este contexto, la relación bilateral tiene un potencial significativo a explorar en común. Marruecos se enfrenta aún a desafíos internos de envergadura. Aunque desde el año 1999 ha subido más de 50 puestos en el Índice de Desarrollo Humano del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo –en parte gracias a un incremento del 10% en la esperanza de vida– todavía se ubica en el puesto 123 a nivel mundial, por debajo de Palestina e Irak.
Asimismo, y si bien el PIB de Marruecos se ha casi triplicado durante los últimos 20 años, su coeficiente de Gini (una manera común de medir la desigualdad en el nivel de ingresos, en la que cero representa la máxima igualdad) sigue siendo el más alto del norte de África. El país batalla para transformar la presión de su población joven en crecimiento y dinamismo, frente a un contexto de falta de oportunidades económicas en el país que ha hecho que muchos jóvenes marroquíes -incluyendo menores no acompañados- dejen sus hogares para intentar emigrar a Europa.
Este panorama refleja, en parte, los retos de gobernanza que perduran pese a importantes reformas políticas -principalmente cambios constitucionales- que han trasladado poderes ostentados por el monarca al parlamento; reformas jurídicas tales como la alineación de su legislación con los estándares europeos e internacionales en el campo de los derechos humanos; y pese a avances en los ámbitos del derecho de familia y equiparación de la mujer. Además, las tensiones regionales -incluidas la creciente inestabilidad política en Argelia y el espinoso tema del Sáhara Occidental- han obstaculizado la integración del Magreb, algo absolutamente necesario para impulsar la prosperidad en el norte de África.
Con todo, Marruecos ha sabido demostrar un fuerte liderazgo en algunas de las cuestiones más apremiantes hoy. Ha sido un gran defensor de las iniciativas contra el extremismo más allá de sus propias fronteras. Asimismo, es hoy ya un líder global en energía verde, habiéndose comprometido en el año 2015 a aumentar, hasta el año 2030, su cuota de generación de electricidad renovable hasta alcanzar el 52% -uno de los objetivos más ambiciosos en el mundo-. Por último, destaca su compromiso en la racionalización de las migraciones y el hecho de que Marrakech acogiese, en diciembre de 2018, la Conferencia Intergubernamental para el Pacto Mundial sobre Migración.
Política fundamental definitoria del reinado de Mohamed VI es la recuperación y fortalecimiento de los lazos de Marruecos con el resto de África. En el año 2017 se reincorporó a la Unión Africana tras 33 años de relativo aislamiento con respecto a los asuntos del continente. Una política de participación activa en África que combina el aspecto cultural y religioso con la profundización en los vínculos comerciales, incluyendo inversiones de envergadura.
Para la UE, el resurgimiento de Marruecos como actor clave en África representa una gran oportunidad. En los últimos años los europeos se han dado cuenta de -y han reconocido- los lazos que le unen al continente africano. Más que simples vecinos que deben coexistir, se han de enfrentar al futuro con un creciente sentido de destino compartido.
El Rey Mohamed VI ha centrado esta cuestión destacando cómo enfoques anticuados centrados en la prestación de ayuda al desarrollo y las relaciones Norte-Sur no responden a esta realidad. En sus palabras, “la solidaridad entre Europa y África no es un concepto hueco ni un vínculo basado en la filantropía unidireccional”; por el contrario, esta se ha de “construir sobre la base de la responsabilidad compartida y la dependencia mutua”; ese compromiso debe convertirse en una “alianza horizontal genuina”.
Formalmente los europeos coinciden con esta visión, si bien sus actuaciones son vacilantes. Marruecos, por su especial relación con la UE y su renovado compromiso con África, es un socio privilegiado que puede fomentar la necesaria cooperación constructiva. En asuntos que van desde la migración y la seguridad al comercio y la inversión pasando por la cultura y la innovación, la UE y Marruecos tienen una larga experiencia en trabajar juntos. Ahora deben construir sobre las bases que han cimentado durante los últimos 20 años con el fin de crear una asociación que abarque más ámbitos, que vincule a los dos continentes y que, al tiempo, fortalezca los lazos actuales en los años y décadas venideros.