Las torpes ambiciones del Parlamento Europeo

MADRID – En momentos de transición política, las actuaciones iniciales tienen la importancia de marcar el tono y las expectativas del periodo posterior. Mientras los nuevos líderes asumen el control de las instituciones centrales de la Unión Europea, las primeras señales no son alentadoras –en particular las que provienen del Parlamento Europeo–.

La UE enfrenta esta renovación de liderazgo asediada por bien conocidos desafíos, tanto internos como externos: las presiones demográficas, sociales y económicas abundan y Europa es más un tablero de ajedrez geopolítico en el que juegan las potencias globales que un jugador por derecho propio. Sin embargo, en un tiempo en el que la UE necesita desesperadamente actuar de manera eficiente, y en que se requiere una visión realista pero ambiciosa, lo que vemos son romas maniobras políticas. En ello, el epicentro ha sido el Parlamento Europeo.

Éste es el mensaje que trasluce del proceso de confirmación del nuevo presidente de la Comisión Europea –proceso que comenzó a principios de julio, cuando el Consejo Europeo nombró a Ursula von der Leyen-. Von der Leyen fue una candidata pactada entre los estados miembro de la UE, aceptable tanto para los países más poderosos como para el grupo de los que hacen de la crítica bandera. Tiene cualidades demostradas, entre las que destaca un profundo conocimiento de las estrategias europeas en materia de defensa y seguridad, tema que figurará en primera línea de la agenda del próximo mandato de la UE. También su capacidad para navegar aguas políticas turbulentas. Sin embargo, la nominación de von der Leyen no fue bien acogida por el Parlamento Europeo, por la sencilla y egotista razón de que su nombre no cuadraba con su preselección de candidatos.

Conforme al denominado sistema de Spitzenkandidaten del Parlamento Europeo, el Consejo Europeo debería nombrar al “principal candidato” del grupo político que ganó la mayoría de los escaños en las elecciones europeas. Este procedimiento fue confeccionado por expertos en Bruselas antes de las elecciones de 2014 con el objetivo de conceder al Parlamento Europeo más influencia de la que le atribuyen los tratados de la UE. Cuando el Consejo ignoró el referido sistema (no vinculante), los miembros del Parlamento Europeo –que deben aprobar al presidente de la Comisión por mayoría absoluta– manifestaron su indignación. El Parlamento amenazó con frustrar el nombramiento y la candidatura de von der Leyen quedó secuestrada en un sistema que ya no se corresponde con la realidad.

Cuando el sistema Spitzenkandidaten y los poderes de confirmación del Parlamento Europeo fueron creados, el Parlamento estaba dominado por dos grupos políticos: el Partido Popular Europeo y los Socialistas y Demócratas. Hoy, estos dos grupos combinados ya no tienen mayoría. Por el contrario, en el arco parlamentario conviven cinco grupos. Cada uno de ellos tiene al menos el 10% de los escaños y ningún grupo único cuenta con más del 24%.

En la semana previa a la votación parlamentaria, los grupos políticos obtuvieron concesiones por parte de von der Leyen. A los liberales, que se habían mostrado contrarios a su candidatura, les prometió nombrar a su Spitzenkandidat, Margrethe Vestager, como vicepresidenta de la nueva Comisión, junto con el actual vicepresidente (y otro Spitzenkandidat), Frans Timmermans. A los socialistas, igualmente reacios a su nombramiento, además del cargo para Timmermans, von der Leyen les prometió introducir una legislación para fijar un salario mínimo justo en todos los países de la UE.  Incluso con estos acuerdos, corta de votos, von ver Leyen tuvo que negociar con el euroescéptico Movimiento Cinco Estrellas de Italia y con los defensores de Brexit del Reino Unido.

Más relevante si cabe, pues traduce la cortedad de miras de la institución, von der Leyen hubo de prometer respaldar las ansias de poder del Parlamento Europeo, incluido el sistema Spitzenkandidaten. Y más importante, los esfuerzos del Parlamento Europeo para asegurarse la competencia de iniciativa legislativa –hoy reservada por tratado a la Comisión Europea–. Esta competencia es un pilar del actual equilibrio de poderes de la UE.

Con todo ello, y pese a que su primer discurso también fue una concesión, von der Leyen únicamente logró una estrecha mayoría. El mismo estuvo salpicado de referencias personales insípidas y manidos comentarios sobre Europa, en el contexto de las iniciativas que muy mayoritariamente querían escuchar los señores diputados. Pero sus concesiones auguran una UE menos efectiva.

Pese a su fragmentación, el Parlamento Europeo se muestra unido en la conquista de más poder. Y ello en un momento de claro intergubernamentalismo, en que las capitales nacionales recobran su protagonismo en la toma de decisiones de la UE. En los últimos años ha quedado patente que, hasta las iniciativas ostensiblemente más atractivas -como la Unión Bancaria o la Unión de la Energía para Europa-,  no llegan a puerto sin el visto bueno de los Estados miembro.

El Parlamento Europeo ha logrado sus poderes actuales abriéndose paso a codazos en pos de la relevancia y el ingreso en los tratados. Y lo ha hecho con considerable éxito, pasando de ser una asamblea parlamentaria que servía poco más que de escaparate, a convertirse en un organismo influyente y en un co-legislador en pie de igualdad con el Consejo en el amplio ámbito de las políticas europeas. Ahora su meta, más allá de la expansión, debe ser el liderazgo del proyecto común.

Darle más autoridad al Parlamento Europeo, a expensas del Consejo y particularmente de la Comisión, no hará sino debilitar la capacidad de la UE de desarrollar e implementar políticas, alterando al tiempo el tan fundamental frágil equilibrio de poderes. Esto alimentará el frecuente juego de acusaciones en que gobiernos nacionales denuncian políticas erróneas de la UE, y los organismos de la UE critican el escaso compromiso de los Estados miembro. La brecha resultante entre las expectativas y el desempeño le ofrecerá al Parlamento Europeo un respaldo adicional a los reclamos de que la UE es una empresa ineficiente y sobredimensionada.

El Parlamento Europeo es hoy una institución madura. Debería mostrar esa madurez no haciendo alarde de poder y peleando por más territorio, sino ofreciéndole a la UE la visión y la dirección que tanto necesita. El proyecto común necesita liderazgo y el Parlamento Europeo puede desempeñar esa misión. Pero el liderazgo exige autocontrol, sacrificio y, sobre todas las cosas, voluntad de anteponer los intereses de Europa a los propios.