Salvemos la solidaridad en Europa

Asistimos al desarrollo de un tragedia humana en el Mediterráneo, donde cientos de miles de refugiados arriesgan –y a menudo pierden– la vida por buscar cobijo en Europa. La respuesta de la Unión Europea a esta crisis marcará el futuro y le va mucho en ello. No sólo por razones humanitarias, sino por el bien del proyecto europeo en sí.

En Europa no escasean los retos. A lo largo de los últimos cinco años, el continente se ha enfrentado a un sinfín de desafíos, desde la crisis financiera de la Eurozona, hasta la invasión de Ucrania por Rusia, pasando por el miedo recurrente al impago de Grecia o a la salida del Reino Unido de la UE. Pero ninguno suscita tantas dudas sobre aspectos tan fundamentales de la UE como el debate migratorio.

Por desgracia, los esfuerzos hasta el momento han sido incoherentes. La UE reaccionó rápido en abril tras el hundimiento de más de 1.000 inmigrantes en un episodio especialmente trágico: triplicó el presupuesto que dedica a sus tan criticadas operaciones marítimas de vigilancia y amplió su extensión territorial para compensar la desaparecida operación italiana Mare Nostrum. Este planteamiento está ya dando frutos y el pasado mes de mayo se alcanzaron cifras récord en salvamentos.

Otra iniciativa –la “Agenda sobre Migración” propuesta por la Comisión Europea– resulta más confusa, pues integra, con distinto grado de detalle, un batiburrillo de medidas.

El núcleo de la Agenda, el “Plan de acción contra el tráfico de inmigrantes”, tan clave como controvertido, podría conllevar el uso de fuerza militar para detener los barcos de los traficantes. Los críticos han resaltado el riesgo de daños colaterales y cuestionado la legalidad del plan y, sobre todo, la eficacia de una intervención armada para acabar con este tipo de operaciones de trata de seres humanos.

También existe la preocupación de que la vistosidad de esta iniciativa cree la ilusión de que la UE está actuando, y provoque que la UE y los Estados miembro esquiven los necesarios compromisos a largo plazo y las mediadas impopulares que una respuesta eficaz a esta crisis requiere. Así, hasta ahora la UE ha dado prioridad a una medida eminentemente simbólica: la propuesta de un sistema de reubicación y reasentamiento para los demandantes de asilo.

A primera vista, este sistema de reparto –que implicaría el desplazamiento de 40.000 demandantes de asilo desde Italia y Grecia a otros Estados miembro de la Unión y vendría determinado por factores como el PIB, la población y la tasa de desempleo– puede parecer un gran paso. Pero sólo Italia recibió más de 63.000 solicitudes de asilo y 170.000 inmigrantes irregulares el año pasado, lo que demuestra que el programa es poco más que un parche.

En teoría, la propuesta de la Comisión trata de reforzar dos principios fundacionales de la UE: el de solidaridad y el de reparto de cargas. Pero el limitado alcance del plan lleva a pensar lo contrario.

Peor aún ha sido la respuesta de los Estados. Algunos han optado por quedarse fuera del programa, otros han mostrado su oposición al sistema de establecimiento de cuotas, e incluso alguno ha puesto el grito en cielo por el mero hecho de que la UE proponga cuotas. Entretanto, se han difuminado las diferencias existentes entre los buscadores de asilo y los migrantes por motivos económicos (no amparados por los convenios vinculantes de derecho internacional humanitario).

La mera existencia de estas desavenencias, frente al innegable sufrimiento humano a gran escala, pone en riesgo los valores básicos de la UE, entre otros su compromiso con el orden jurídico internacional. Y reflejan una perturbadora tendencia que afecta a las instituciones europeas: los intereses romos de los Estados cada día priman más sobre la unidad y la cooperación.

El problema estriba en que muchos europeos ven a la UE ya sea como dispensador de beneficios, origen de todos los males o rémora, pero en ningún caso como un proyecto que les obligue. La eternización de la crisis y las recriminaciones entre los Estados miembro han debilitado el sentido comunitario sobre el que reposan los cimientos de la UE, y en este contexto, el desafío migratorio ha hecho aflorar una división peligrosa. En lugar de reforzar sus cimientos de solidaridad y compasión, la Unión se fractura.

De hecho, el interés de Europa en dar una respuesta eficaz a esta crisis va más allá de los valores. El envejecimiento acelerado de la población causa estragos fiscales y los Estados tienen más alicientes económicos para acoger un mayor número de inmigrantes. Los retos que surgen en el corto plazo oscurecen este hecho.

Sin embargo, éste no es asunto del corto plazo, sino todo lo contrario. La crisis sólo puede empeorar mientras países de África y Oriente Medio se enfrenten a una violencia que se perpetúa, a la pobreza y a la crisis de gobernanza. Se estima que sólo en Libia entre 500.000 y un millón de inmigrantes más esperan su momento para entrar en Europa.

Es hora de volver a poner los principios al frente de las políticas. Los líderes de la Unión deben comprometerse con claridad a hacer cuanto sea necesario para encarar esta crisis de refugiados, aun si es al precio de adoptar medidas que pueden ser controvertidas o impopulares, como flexibilizar las condiciones para la entrada regular en la UE. Para facilitar su puesta en marcha, la UE y los Estados miembro deberían lanzar una campaña para informar al público sobre los beneficios de un régimen migratorio más flexible y receptivo.

Además, es preciso subrayar que ninguna respuesta será completa sin una política perseverante que aborde la raíz de esta afluencia masiva, lo que implica una redefinición completa de la Política Europea de Vecindad. El esfuerzo debe centrarse en contribuir a la creación de oportunidades económicas en estos países caracterizados por la juventud de su población y el desempleo. Jugarse la vida para alcanzar Europa no puede ser la única opción.

La UE necesita, así, encontrar un compromiso sostenido y sostenible, cimentado en la consciencia de un objetivo común. Si los europeos no actúan unidos ante este reto, un sinnúmero de seres humanos continuará pereciendo en el Mediterráneo y el Proyecto Europeo acabará desintegrándose. Así de sencillo

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