Un llamamiento estratégico a la Unión Europea
El final de junio, con la Unión Europea consumida en el debate sobre inmigración, y Grecia caminando hacia la implosión, no parecía el momento más propicio para que el Consejo Europeo diera luz verde a la tan esperada “Estrategia Global de la UE sobre Política Exterior y de Seguridad”. Sin embargo, en este contexto se ha aprobado el mandato –con plazo de entrega incluido–, camuflado entre las conclusiones del Consejo Europeo de los pasados 25 y 26 de junio. La iniciativa tiene el potencial de revolucionar el modo en que Europa se enfrenta a los retos que se le presentan. Podría, incluso, dotar a la UE de la consciencia común que tanto necesita.
No cabe duda de que la Unión precisa una nueva estrategia de seguridad. La actual, elaborada en 2003, ha quedado obsoleta, juicio que ilustra su frase introductoria: “Europa nunca ha sido tan próspera, tan segura ni tan libre”. Nada más lejos de la realidad de nuestro tiempo.
Europa se encuentra en un estado de convulsión permanente, como consecuencia de la creciente complejidad del mundo y del entrelazamiento de sus realidades interna y externa, manifestado en cuatro amenazas existenciales que se solapan. Primero, Rusia ha hecho resurgir un desafío tradicional a la seguridad que se pensaba superado. En segundo lugar, el terrorismo transnacional se erige como peligro fundamental y multifacético. Tercero, la acuciante crisis migratoria suscita dudas sobre la identidad y los valores europeos. Por último, una generalizada falta de visión sobre el proyecto europeo ha extendido la desafección de los ciudadanos, debilitando la cohesión y, por ende, la capacidad de acción de la UE.
Estas amenazas interactúan, se exacerban e intensifican. Los actos terroristas contribuyen a la violencia y a la inestabilidad en regiones vecinas, y empujan a un número creciente de inmigrantes hacia la UE. Las dificultades para integrar a estas nuevas comunidades en las sociedades europeas han llevado a la radicalización política –polvorín de partidos nacionalistas– y a una correlativa fragmentación del continente. Por su parte, los dirigentes rusos trabajan insidiosamente para minar la solidaridad, esencial para la solvencia del conjunto a la hora responder a estos envites. Todo ello despierta serias dudas sobre el papel global de la UE al tiempo que erosiona la viabilidad del proyecto europeo en sí.
Precisamente debido a esta interrelación de factores, no puede sorprender que, pese a su gran calado, las compartimentadas respuestas de la UE –tales como la Agenda Europea de Migración, la Asociación Oriental o la Estrategia de Seguridad Energética– resulten insuficientes. Se necesita un marco general que no sólo sirva de base a una respuesta coordinada ante amenazas clave para la seguridad, sino que además permita aprovechar las oportunidades y las interconexiones existentes susceptibles de apuntalar la capacidad de acción de la Unión.
Esta nueva conceptualización –y no sólo revisión– de la estrategia de seguridad debe tener en cuenta la cada vez mayor ambigüedad entre los ámbitos interior y exterior. En efecto, iniciativas internas, de las cuales el Mercado Único Digital es un buen ejemplo, tienen a menudo un ineludible impacto internacional. De igual manera, las realidades externas condicionan la vida de los ciudadanos de la UE. Por todo ello, la nueva estrategia de seguridad debe valorar las políticas internas en toda su trascendencia y poner a su servicio todos los instrumentos de que dispone.
Sin perjuicio de lo anterior, la retórica –por brillante que sea– y las intenciones ambiciosas, de poco servirán si los dirigentes europeos no se comprometen a poner en marcha iniciativas concretas. Por ello, el proceso de redacción mismo tiene una enorme relevancia, en la medida en que puede propiciar un debate profundo susceptible de implicar a las instituciones de la UE y al conjunto de una comunidad política europea que ya ha dedicado un tiempo considerable a estudiar estas cuestiones.
Federica Mogherini, la Alta Representante de la UE para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad y Vicepresidenta de la Comisión Europea, lleva razón cuando insta a los Estados miembro a un compromiso más estrecho en el debate que les permita sentir una mayor interiorización de las iniciativas para que éstas prosperen finalmente. El objetivo debe consistir en formular ideas viables, edificar consensos y generar vínculos –primero y ante todo en el seno de la UE, entre los Estados miembro y con las instituciones, sin dejar de lado a socios y aliados.
Y es que las relaciones exteriores son críticas. La actual crisis del euro ha dado al traste con la lógica que durante décadas garantizó el proceso de integración. Incapaz de aspirar a la prosperidad compartida como razón de ser, le UE avanza a trompicones en busca de un nuevo relato que convenza a ciudadanos y Estados miembro de que esta aventura compartida tiene hoy valor real. Una estrategia que no sólo se centre en cómo el mundo impacta en la UE, sino también en cómo los valores e intereses europeos pueden y deben proyectarse al mundo, para así encarnar un llamamiento estratégico de unión en torno a una misión amplia y a un objetivo claro.
La construcción europea, desde su concepción, se ha guiado por valores y fundado en normas –dos cualidades cuyo deterioro profundo destaca en el mundo de hoy. La UE puede revertir las fuerzas centrífugas crecidas durante la crisis, y erigirse en baluarte internacional del sistema liberal, el buen gobierno y el Estado de derecho. Con ello reforzará su capacidad para enfrentarse a los retos de hoy y afianzará su posición en el mundo de mañana. No podemos permitirnos el lujo de dejar pasar esta oportunidad.