Lazos y nudos con Marruecos

El miércoles los Reyes de España inician una visita de Estado a Marruecos y a su monarca, Mohamed VI. Es difícil exagerar la relevancia de este viaje. Es éste el encuentro de dos Jefes de Estado que representan al tiempo la modernidad y la Historia. Y encarna la voluntad de un común enfoque frente a los desafíos presentes en ambas riberas del Mediterráneo. Marruecos y España son interlocutores necesarios, conexión natural entre Europa y África Occidental.

Es el nuestro un enlace especial, definido por la geografía, la Historia y la cultura. Tenemos proyección y responsabilidad particulares en nuestra vecindad mediterránea. Y, desde el anclaje entre dos mares, España y Marruecos comparten un entendimiento amplio de la cuenca atlántica, que abarca África además de las Américas y Europa. Todo ello exige lucidez a la hora de calificar nuestras relaciones.

La visita de Estado va mucho más allá de la tradicional firma de acuerdos comerciales o la solemne documentación de nuestras áreas de colaboración. Formarán parte de la agenda. Pero el éxito de esta reunión se incardina en no poca medida en lo intangible, en las percepciones. Los lazos de vecindad son siempre complejos. España y Marruecos no son una excepción: para la opinión pública española, en estos últimos años, inmigración y terrorismo han acaparado la relación. Sin perjuicio de la realidad de las cifras, son los titulares sobre pateras y menores no acompañados los que han venido definiendo la imagen de Marruecos. Así, para muchos españoles, Marruecos se asocia a dificultades más que a oportunidades.

Al tiempo, hay una comprensión pública del papel crucial que Marruecos juega en la gestión de la inmigración -principalmente subsahariana- hacia Europa en la ruta del Estrecho, la más activa en la actualidad. Pero esta visión positiva no está exenta de sombra: sobre España y la Unión Europea (UE) pendería una espada de Damocles controlada por Rabat. Rabat utilizaría los flujos de inmigrantes como argumento de persuasión en sus relaciones con Bruselas; por ende con Madrid. Y en círculos institucionales permea la opinión de que nuestro socio no pone gran interés en despejar estos prejuicios. Para la calle en España, la trascendencia de nuestra colaboración en este ámbito queda opacada por el resquemor; y el resquemor es corrosivo. Pero incluso desde una óptica constructiva, la preeminencia de la inmigración y el terrorismo polariza el diálogo Madrid-Rabat -así como Rabat-Bruselas-. La connotación negativa, lo que se impide, lo que se evita, define el vínculo en detrimento de la contundencia de los datos, del enorme -innegable- potencial nuestro vecino.

Y, como telón de fondo, está la cuestión del Sáhara Occidental. Tras una sentencia rompedora del Tribunal de Justicia de la UE, Bruselas y Rabat han renegociado los acuerdos comerciales en materia agrícola y de pesca, de forma que éstos incluyan el territorio no autónomo. Estas transacciones, y en particular el debate en el Parlamento Europeo, han enrarecido el ambiente y reforzado las percepciones desfavorables durante los dos últimos años. Hoy, su aprobación inminente da -debiera dar- carpetazo a un expediente origen de singulares fricciones. Además, en este año se renuevan el Parlamento y la Comisión europeos, lo que en buena lógica constituye una base saludable para revitalizar los fundamentos de la relación.

Marruecos es mucho más que contención. El nexo entre Rabat y Madrid es robusto y volcado al futuro; productivo y multidimensional. Marruecos es nuestro segundo socio comercial fuera de la UE. Y respondiendo al «Marruecos no es coto privado de nadie» acuñado por Mohamed VI, España se ha consolidado en el último quinquenio como primer socio comercial por delante de Francia. Más de 20.000 empresas españolas exportan a Marruecos; más de 800 operan en Marruecos, y más de 600 participan en sociedades registradas en Marruecos. En sentido inverso, destaca la apuesta de OCP, primera productora mundial de fosfatos y puntera en agroalimentario, por la biotecnología española para el desarrollo de fertilizantes a medida.

Mención especial merece el sector energético. El 20% de la electricidad consumida en Marruecos procede de España. Y está prevista la firma de varios acuerdos en este ámbito. El consorcio TSK-Acciona-Sener es pionero y paradigma en el mundo de las renovables por la construcción del megaproyecto de energía termosolar en Ouarzazate, cuya primera fase ya ha sido inaugurada. Y, en el campo del gas natural, ambos países juegan un papel central con grandes perspectivas de futuro en el gaseoducto Magreb-Europa.

Nuestros lazos culturales son históricos y profundos. Como ministra de Asuntos Exteriores, tuve la satisfacción de presidir la reapertura del Instituto Cervantes de Tetuán, el sexto en Marruecos, un número de centros que sólo se supera en Brasil. En Tánger se celebró el pasado verano la Supercopa, y está sobre la mesa una propuesta conjunta hispano-portuguesa-marroquí para la Copa del Mundo de 2030. Finalmente, junto con la recepción en la espectacular Biblioteca Nacional de Rabat para los residentes españoles, constituirán hitos de esta visita de Estado el encuentro de los Reyes con hispanistas marroquíes y el nombramiento del primer académico correspondiente marroquí de la Real Academia Española, que es de esperar fructifique, asimismo, en la red de las Academias de la Lengua Española.

Este entramado se enmarca en nuestro emplazamiento bisagra entre Mediterráneo y Atlántico. Distantes mundos conexos. En un momento en que la indefinición geoestratégica es la única certeza, este posicionamiento apuntala el bien fundado de la visión amplia. Más allá de los flujos migratorios, Marruecos tiene un papel fundamental que jugar por su conectividad hacia el sur subsahariano, cimentado en el giro africano de la política exterior impulsado por el rey Mohamed VI y consolidado con el retorno de Rabat a la Unión Africana en 2017. La imagen acuñada por el rey Hassan II -padre de Mohamed VI-, Marruecos «es un árbol cuyas raíces se hunden en África y cuyas hojas respiran aire europeo», cobra hoy calidad y nuevas dimensiones.

No se trata sólo de un discurso. Ejemplo es la banca, que ha apostado en firme por la financiación de proyectos en África, cubriendo necesidades de préstamo en todo el continente. En infraestructuras, el gaseoducto transahariano que conectará los depósitos de gas de Nigeria con la red mediterránea, convertirá a Marruecos en eje energético de África Occidental. En el sector agroalimentario, capital para la prosperidad en África y la seguridad alimentaria del mundo, la presencia marroquí abarca la colaboración con universidades en I+D sobre el ajuste del fertilizante a las características del terreno, la formación de agricultores, o la inversión en capacidad productiva de países como Ruanda o Etiopía.

La UE por su parte tiene un claro interés en África. Un futuro a compartir. Destinos interdependientes. Y no es sólo cuestión de encarar los factores que mueven a la emigración. El desarrollo económico, las reformas de gobierno, el fortalecimiento institucional, redundarán en prosperidad común. Europa, pobre en recursos naturales y en declive demográfico, necesita imperiosamente contribuir al desbloqueo del futuro de África. Hasta ahora los -económicamente importantes- esfuerzos europeos han de calificarse cuando menos de decepcionantes. La UE necesita fomentar, promover oportunidades en África, pasar de una política construida en torno a la ayuda a cimentar nuestras relaciones sobre el comercio y la inversión. Pero la distancia entre declaraciones y resultados es desalentadora. Activar en este sentido nuestra relación con Marruecos aportara mayor eficacia.

Marruecos es socio tan inevitable como privilegiado. Nuestro vínculo no puede, y no debe, reducirse a un aspecto, por relevante que éste sea. La visita de Estado del Rey Felipe VI reafirmará, en toda su riqueza, estos lazos amplios y complejos con España, presentando una imagen ancha que contribuirá a formar la opinión pública entre nosotros. Al tiempo, debe potenciar un sólido partenariado entre la UE y África a través de, y junto con, Marruecos.

Publicado en El Mundo